River volvió a Tucumán. El micro rojo y blanco apareció anoche en la puerta del hotel Hilton a las 21.20, rodeado de fuegos artificiales, cánticos y un puñado de hinchas que buscaban un autógrafo o una foto con Marcelo Gallardo, Juan Fernando Quintero, Miguel Borja o Facundo Colidio. Hubo ruido, hubo fervor, hubo aplausos. Pero también hubo una sensación imposible de disimular: la llama ya no arde como antes.

El José Fierro, que en otras épocas estallaba con la visita de los gigantes del fútbol argentino, hoy se prepara para recibir a River con un clima diferente. Sí, habrá hinchada visitante -algo inusual en el fútbol argentino-, sí, habrá operativo de seguridad reforzado, sí, habrá camisetas rojas y blancas en cada rincón. Pero la postal que dejó la venta en la Liga Tucumana, con una fila que se desarmó rápidamente y un movimiento menor al esperado, no invitaba a pensar en que el Monumental vivirá una fiesta "millonaria".

El síntoma de la fila corta

La primera imagen llegó el jueves en la Liga Tucumana de Fútbol. Allí, cinco hinchas de River se adelantaron a la venta y decidieron acampar en la puerta del establecimiento para asegurarse las 4.000 populares y 250 plateas disponibles. Historias de pasión no faltaron: Alexis y Nicolás Sanabria, de San Cayetano, discutían resultados como si fuera una mesa de café; Bruno Chocobar recordaba cómo su casa en Lastenia se convierte en templo familiar cada vez que juega el equipo de Núñez.

Pero esa mística inicial se desinfló rápido. Ayer, cuando comenzó la venta formal, la fila se desarmó en cuestión de horas. Martín Villa, recién llegado de Brasil tras seguir al equipo en la Copa Libertadores, lo resumió con naturalidad: “Estuvo re tranquilo”. Para media mañana, la sede ya no era un hervidero de hinchas, sino apenas una feria improvisada con camisetas retro a $25.000 y la réplica de la Libertadores para la foto soñada a $2.000. La pasión seguía en pie, claro, pero mucho más concentrada. Franco, con su popular de $60.000 en la mano, admitía que “uno lo piensa, pero es River”. Otros se quejaban del costo elevado. Algunos lo vivían con humor, como “Leo” y Rocío, que discutían talles de camisetas entre promesas de amor y tatuajes del escudo. Sin embargo, la postal estaba clara: no hubo desborde, no hubo colapso, no hubo esa marea que solía teñir Tucumán cada vez que llegaba un grande.

Los suplentes

Hay razones concretas que explican este desentusiasmo. Una de ellas es futbolística: River llega con un equipo plagado de suplentes y juveniles. Marcelo Gallardo decidió guardar a todos los titulares para la revancha contra Palmeiras en Brasil, considerada la cita más importante del año. El Clausura pasa a un segundo plano y Tucumán lo sabe.

El público norteño ya aprendió a leer esas señales. No es lo mismo recibir a un River con Enzo Pérez, Franco Armani, Kevin Castaño, Germán Pezzella, Marcos Acuña o Ignacio “Nacho” Fernández que enfrentar a un once alternativo que tiene la mira en otro lado. Esa sensación de “partido de segunda línea” se traduce en la calle. Muchos hinchas prefieren guardarse, otros priorizan a Atlético, y la fiesta no es tan encendida como solía serlo.

El “tucumanismo”

Hay, además, un cambio más profundo. El “tucumanismo” se fortalece. Cada vez son más los que eligen alentar sólo a Atlético o a San Martín, los que sienten que las grandes pasiones nacionales ya no mueven tanto como antes. El Monumental José Fierro, repleto de banderas celestes y blancas, es una muestra clara de cómo la identidad local gana terreno en el corazón de los hinchas.

La visita de River convive hoy con ese fenómeno. Y la falta de entusiasmo no es exclusivo de Núñez: lo mismo ocurrió en otras paradas. Ángel Di María, campeón del mundo, apenas fue recibido por unos 200 hinchas en su paso por la provincia. El contraste es evidente: los ídolos globales convocan menos que la camiseta celeste y blanca de Atlético en una noche de Clausura.

El recibimiento

De todos modos, River no dejó de generar movimiento. En la puerta del hotel Hilton se sintió el viejo fervor, aunque concentrado. Gallardo fue el primero en bajar del micro y se llevó la mayor parte de los flashes. Quintero, Colidio y Borja también fueron solicitados. Hubo fuegos artificiales, bombos y cantos.

Pero, incluso allí, algunos murmullos dejaban ver el trasfondo: “Muy caro”, repetían varios hinchas que habían pagado su entrada con esfuerzo. El amor sigue, la pasión también, pero el bolsillo y el contexto marcan límites que antes no parecían existir.

Una llama distinta

El estadio Monumental “José Fierro” se vestirá de fiesta, sí. Habrá hinchada visitante, sí. Pero la visita de River ya no paraliza Tucumán como antes. El entusiasmo se volvió más selectivo, más íntimo. Entre el costo de las entradas, la rotación de planteles y el peso creciente del “tucumanismo”, los grandes ya no arrasan como en otras épocas.

De todos modos, la llama no se apagó: todavía ilumina. Sólo que lo hace de otro modo, más tenue, menos arrasadora. Tucumán ya no espera a River como una procesión obligada; lo recibe como un acontecimiento más en medio de su propia construcción identitaria. Y en ese cambio se esconde quizás la postal más significativa de esta semana: el equipo “millonario” volvió, pero la pasión tucumana parece haber encontrado su lugar en casa.